martes, 13 de septiembre de 2011

Capítulo 18.


Las horas se me hacían interminables sin él a mi lado. Daban igual todas las horas que estuviera con él, todos sus besos, sus caricias, sus “te quiero”… todo daba igual si después nos separábamos, le echaba tanto de menos.

Y así pensando en él me dormí. Cuando me desperté no recordaba nada, ni cuando ni por qué me había dormido. Ni siquiera sabía cuantas horas había estado durmiendo. Miré el reloj de mi habitación. ¡¿Las ocho y cuarto de la mañana?! No puede ser, llego tardísimo.
Me levanté de la cama corriendo, me puse los primeros vaqueros que encontré y una camisa blanca. Cogí un pañuelo por si acaso refrescaba y me puse la mochila.
Fui hasta la cocina y le cogí a mi madre unos de los cruasanes todavía calientes de la mesa.
-         Hija, ¿a dónde vas con tanta prisa, cielo?
-         Mamá, llego tarde al instituto. Me he dormido, me tengo que ir pitando.
-         Bueno espérate a que te prepare un vaso de leche o algo, que tienes que desayunar algo más.
Vi que se levantó de la mesa que teníamos en la cocina y que se iba a dirigir a la nevera.  Fui hasta donde estaba ella.
-         Mamá se que me vas a matar pero no puedo pararme a desayunar, ¿vale? Como llegue tarde me matan. Mira, después si quieres a la hora de comer me hinchas a comida.- y nos reímos.
Parece que se quedó más convencida. Le di uno de mis besos en la mejilla, que tanto le gustaban. Y la dejé así, con una sonrisa en la cara.

Bajé las escaleras, salí de mi casa y justo cuando cerré la puerta para marcharme alguien me llamó.
-         ¡Carol, Carol!
La voz me sonaba, y no había nada más por la calle. Supongo que se refería a mí, así que me giré.
¡Anda! Era Raúl, mi compañero de clase. Vivía cerca de mí y nos llevábamos muy bien. Él siempre estaba dispuesto a ayudarme, era un cielo de persona. De hecho, era uno de mis mejores amigos, por no decir el mejor.
-         ¡Raúl! Que, ¿tu también te has dormido o qué?- y me eché a reír.
-         Pf, vaya Carol. El despertador que no me ha sonado.
-         Bueno suele pasar, aunque como no nos demos prisa nos van a poner un retraso que no veas…
-         ¡Venga, te hecho una carrera!- dijo con entusiasmo.
-         ¿Qué? ¿Estás loco?- me reí.
-         Si, venga. No es tan raro ver a dos personas que llegan tarde corriendo como locas, ¿no?- intentaba animarme, y lo consiguió.
-         Bueno visto así… ¡Venga!- me preparé para correr. Él hizo lo mismo.
-         1…2…3… ¡YA!

Empezamos a correr como locos hacia el instituto, y en un santiamén llegamos. Yo acabé sin aliento, no tenía mucha resistencia física. Él no parecía tan cansado.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Capítulo 17.


Yo no me iba a quedar atrás, le contesté:

Gracias a ti, Javier. Gracias por ensañarme a creer en el verdadero amor, y por dejarme vivir este sueño junto a ti. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, y no quiero que nada estropeé esto. Lucharé lo que haga falta para que ese cinco de Abril no se derrumbe. Te quiero.

No lo hice tan bien como él, pero expresé lo que sentía… y en eso consistía, ¿no? Además le puse nuestra fecha, así no se olvidaría de ella nunca. Aunque a mí no me hacía falta escribirlo, ni si quiera ningún recuerdo para acordarme de nuestra fecha y de lo que le quería.
Iba todo perfecto hasta que se acabo el fin de semana. Entre semana no nos veíamos mucho, y es que llevarlo en secreto no nos era nada fácil. Y entre lo deberes y demás pocas veces nos encontrábamos.
Pero ese día vino a recogerme a la salida del colegio, él y otro chico. No tenía ni idea de quien era, pero parecía un amigo suyo. Iba vestido más o menos como Javier: pantalones vaqueros y camiseta de color llamativo ajustada. Era alto pero Javier era más moreno.
Me despedí de mis amigas y me acerqué a ellos. Le di un beso a Javier, y está vez en la boca. Ya no me lo pensaba. Habían pasado muchas cosas entre nosotros  y no merecía la pena dudar. Segundos después el amigo de Javier se acercó a mí y me dio dos besos.
-         Carol, te presento a Antonio.
-         Ah, ¡hola!- no sabía que más decir. No lo conocía de nada, y tampoco yo era demasiado atrevida para hablar demasiado. Solía ser reservada, genes de mi madre.
-         ¿Te ha gustado mi sorpresa?- dijo con una sonrisa en la cara.
-         ¡Pues claro que me ha gustado!- estaba muy feliz de tenerle cerca mía otra vez, pero tenía miedo por la gente de alrededor. ¿Y si se lo decían a mis padres? Cualquier profesor le podría comentar algo…
-         Bueno, ¿nos vamos?- dijo Javier.
-         Vale.
Me fijé que los dos iban en moto. Javier tenía la suya de siempre, una grande y roja. Antonio, su amigo tenía otra igual de grande pero era azul y negra. Antonio se montó primero.
-         Javier, nos vemos donde siempre.- y le guiñó un ojo. A mí me hizo un gesto con la cabeza, supongo que era un “adiós”.
-         ¡Vale, allí estaré!- y le sonrió.
Segundos después Antonio arrancó la moto, y se fue a toda velocidad por la carretera. No llegué a conocerle muy bien, pero parecía un tipo de estos con el que no se solían meter. Un típico y puro ejemplo de los amigos con los que se juntaba Javier.
Me preguntaba a que sitio se referían…

Javier me montó en la moto y me dejó cerca de mi casa. Me dijo que mañana intentaría volver a verme, y venir a recogerme a la salida del instituto.
A mi me encantaba que viniera, pero a la vez tenía tanto miedo… Supongo que los seres humanos siempre vamos hacia la tentación y el deseo, sea cual sea la consecuencia. Y si eso era así, yo era la más humana de todas.